El Papa llama a mover la lápida que bloquea «nuestro corazón» y superar «los miedos y amarguras»

En presencia de 6.000 fieles y con buena voz, el Santo Padre ha presidido la Vigilia Pascual desde basílica de San Pedro tras su ausencia ayer en el Vía Crucis

El Papa Francisco ha llamado a mover la lápida que bloquea «la entrada de nuestro corazón» y que asfixia la vida, apaga la confianza y nos encierra en el «sepulcro de los miedos y las amarguras».
La ceremonia comenzó con la bendición del fuego en el atrio de la basílica y el encendido del cirio pascual. El Papa marcó la vela con la inscripción de la primera y la última letra del alfabeto griego –alfa y omega– que simbolizan que Dios es el principio y el fin en una basílica aún a oscuras.
Tras la procesión hasta el altar, con el cirio pascual encendido, el Papa ha bautizado a ocho adultos –cuatro italianos, dos coreanos, un japonés y un albanés–.
Una vez en la homilía, Francisco ha hecho referencia «a que a veces sentimos que una lápida ha sido colocada pesadamente en la entrada de nuestro corazón, sofocando la vida, apagando la confianza, encerrándonos en el sepulcro de los miedos y de las amarguras». En ese mensaje más individual e introspectivo, el Papa animó a eludir los «escollos de la muerte», a los que identificó con todas esas experiencias y situaciones «que nos roban el entusiasmo y la fuerza para seguir adelante».
Entre ellas citó «la muerte de nuestros seres queridos», «los muros del egoísmo y de la indiferencia, que repelen el compromiso por construir ciudades y sociedades más justas» y « los anhelos de paz quebrantados por la crueldad del odio y la ferocidad de la guerra».
Ninguna experiencia de fracaso o de dolor puede tener la última palabra sobre el sentido y el destino de nuestra vida

De este modo, el Papa ha explicado que lo que se conmemora en la fiesta de la Pascua es «la fuerza de Dios, la victoria de la vida sobre la muerte, el triunfo de la luz sobre las tinieblas, el renacimiento de la esperanza entre los escombros del fracaso», que no puede considerarse una experiencia sólo del pasado. «Significa que ninguna experiencia de fracaso o de dolor, por más que nos hiera, puede tener la última palabra sobre el sentido y el destino de nuestra vida».